Tras la crisis de Charlottesville y los atentados de Cambrils y Barcelona (cuyo autor fue abatido este lunes), existen similitudes culturales
Con las protestas de Charlottesville, Virginia, del pasado 14 de agosto, y las alarmantes declaraciones de Donald Trump que las siguieron, el debate racial ha regresado (y monopolizado) el debate nacional estadounidense. El presidente de la nación ha equiparado a los manifestantes antifascistas con supremacistas blancos y neonazis, desencadenando unas semanas de encendidas polémicas en los medios y en las calles. En España, tras los atentados de Cambrils y Barcelona(cuyo autor fue abatido ayer lunes), lo que ha regresado al debate, sobremanera en Twitter y en los grupos de WhatsApp, es la islamofobia. Pero aunque Europa y América estén separadas por un charco, ambas corrientes intolerantes parten de las mismas cuestiones identitarias del nacionalismo que han encumbrado a políticos de extrema derecha en países occidentales como Francia, Austria u Holanda. En España, por suerte, todavía no se ha llegado a ese punto, pero hay ya signos que apuntan en esa dirección, y argumentos sobre los marcos culturales que la justifican.Hay una anécdota personal que me parece una buena forma de encajarlos. En uno de mis primeros días de estudiante universitario en Boston quise presumir de herencia cultural. Me prestaban atención varias personas, entre ellos una amiga latina de Miami y una profesora afroamericana de Baltimore. Les hablaba de la Cabalgata de Reyes Magos de mi ciudad y de cómo unos pajes suben cada enero con escalas a los balcones con regalos a sus espaldas. La conversación tuvo un intercambio parecido a esto:
— ¿Y quiénes son los pajes?
— Son adolescentes que se visten con mallas negras y se pintan de negro aquellas partes del cuerpo que quedan al descubierto.
— No sé si quiero escuchar mucho más.
Esa última sentencia la profirió mi profesora. Por un momento tuve la reacción de intentar explicar el contexto, como que los adolescentes necesitan pintarse de negro para esconder el hecho de que son gente de la ciudad. Pero eso no excusa que los pajes son una versión edulcorada de los esclavos africanos, pues todos son negros pese a que dos de los Reyes son blancos. De hecho, la primera Cabalgata documentada tuvo lugar en 1866, apenas 30 años después de que se aboliera la esclavitud en la España peninsular, donde predominaban los esclavos de origen africano o musulmán del norte de África.
La cultura estadounidense, tal y como demostraron las causas y consecuencias de Charlottesville esta pasada semana, está muy arraigada en la esclavitud institucional previa a la Guerra Civil (1861-1865). El legado de aquellos años sigue muy presente en Estados Unidos, con comunidades afroamericanas devastadas por la lucha contra las drogas que ha masificado las prisiones o iniciativas de algunos estados que intentan silenciar el voto de las minorías. Enmienda XIII, el documental de Ava DuVernay nominado al Oscar, hace un buen relato de esa herencia histórica.
Es de ahí que la anécdota de los pajes tenga su comprensible respuesta hostil. Blackface, que es el término con el que se define a esa clase de maquillaje, es un concepto que en Estados Unidos sólo se entiende desde el racismo. La película Dear White People, que ahora tiene su propia serie en Netflix, aborda muy bien esta problemática con una fiesta universitaria en la que unos estudiantes blancos se disfrazan de personajes emblemáticos de la comunidad negra. Los negros, por el contrario, no pueden disfrazarse de blancos con un poco de pintura. Es un detalle que sólo suma al hecho de que la apropiación cultural de los privilegiados sobre una minoría desde hace siglos vapuleada es tremendamente ofensiva.
MINORÍAS CON OBSTÁCULOS
En España, esa clase de conciencia racial suele desestimarse lejos de las grandes ciudades porque todavía hay pocos inmigrantes de segunda o tercera generación como sí ocurre en Estados Unidos. Pero no es algo que haya impedido que estas comunidades vean obstáculos parecidos en esta parte del Atlántico. Según un informe de Naciones Unidas publicado el año pasado, la Convención Internacional sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial llegó a varias conclusiones negativas sobre la protección a comunidades inmigrantes en España. Entre ellas, que todavía no se haya aprobado la Ley para la Igualdad de Trato y la no Discriminación que está estancada desde 2011 o que la recopilación de datos “sobre las personas pertenecientes a grupos minoritarios y los inmigrantes” impida hacer un análisis exhaustivo de la situación socioeconómica de las minorías.
Los inmigrantes negros, tanto de África como de trata transatlántica, sufren especialmente las carencias del sistema español. “A pesar de que tienen orígenes diferentes”, lee el informe, “ambos grupos sufren el impacto de barreras estructurales que afectan negativamente al disfrute pleno de sus derechos en España, incluyendo en áreas como la participación política, la educación, el empleo y otros aspectos de la vida pública”.
Por eso en los últimos años, y con el aumento de esa población inmigrante, sus voces han cobrado más prominencia en contra de símbolos de herencia racista como los pajes. “[Es una] innecesaria y ridícula parodia”, indicó el Centro Panafricano en un comunicado en 2009. También se han acrecentado las críticas en ciudades como Madrid, donde cada vez ha habido más presión hacia los ayuntamientos para elegir a un rey Baltasar que no se tenga que pintar la cara. «Hubo 80.000 firmas, mandábamos cartas pero [desde el Ayuntamiento de Madrid de Ana Botella] se lo tomaban a broma”, dijo en 2015 a eldiario.es Consuelo Cruz, del Grupo Federal Afrosocialista (PSOE).
Una polémica similar sobre la idea de que las mujeres pudieran interpretar a reyes magos creó crispación entre columnistas conservadores como Arturo Pérez-Reverte, que en 2014 atacó la iniciativa pero pasó por alto que año tras año se pinta de betún a hombres blancos para que actúen de Baltasar. “El problema con los reyes magos es otro: la tradición se refiere a tres reyes varones”, escribió Reverte. También según la tradición, uno de ellos es negro, no blanco.
En Holanda, la controversia blackface en torno a ‘Pedro el Negro’ (o Zwarte Piet), un ayudante de la versión holandesa de Santa Claus que varios grupos políticos y sociales del país consideraban anticuado y racista. Los círculos conservadores trataron de argumentar que se trataba de una tradición centenaria e incluso el conocido líder de extrema derecha Geert Wilderspropuso una ley para preservar la figura de Zwarte Piet tal y como se concibió. Su Partido por la Libertad es abiertamente xenófobo.
En la línea de ‘Pedro el Negro’, los pajes (y Baltasar) son, a efectos prácticos, una versión festiva y naíf de la estatua de Charlottesville de Robert E. Lee, un héroe del bando confederado que durante la Guerra Civil lideró a las fuerzas que luchaban en pro de la esclavitud. La estatua la defendieron el pasado 12 de agosto supremacistas blancos porque creen que el progresismo judío y los movimientos de izquierdas afroamericanos quieren acabar con la identidad blanca. Es inevitable que los pajes se conviertan en España en la excusa pervertida del conservadurismo por preservar la cultura de la tradición española cristiana en contra del extranjero que la cuestiona.
MOROS Y CRISTIANOS
Recuerdo que en otra conversación con mi amiga de Miami, cogí mi móvil para enseñarle un vídeo de las Fiestas de Moros y Cristianos de mi ciudad. En ella celebramos el hecho de que ganamos a los moros del país en el siglo XIII, le cuento. “Eso es racista”, me responde.
El componente no es tanto racista como xenófobo por la construcción cultural antimorisca que promueve, con la ciudad plagada de banderas de la cruz de Sant Jordi recibiendo a las tropas cristianas. El término moro en Moros y Cristianos está correctamente usado, pero su evolución en el lexicón nacional, por mucho que la Real Academia Española no lo incluya como tal, ha derivado en palabra ofensiva que se usa para meter en el mismo paquete a cualquier musulmán, sea del norte de África o de Pakistán.
Reus Hilal Tarkou, de la Asociación Watani para la Libertad y la Justicia, ya pidió en 2014 a la RAE que incluyera la acepción insultante de la palabra “moro” en el diccionario. Para Takou, el término “constituye un insulto para muchos ciudadanos de origen del norte de África” y que no se considere como tal “genera numerosos conflictos en el Código Penal” para casos de discriminación y xenofobia.
LIMPIEZA DE SANGRE
Por otro lado, la idea de los moros como enemigos y de los cristianos como vencedores también funciona como justificación de lo que seguiría en siglos posteriores a la Reconquista. La Limpieza de sangre que denostó a judíos y musulmanes para elevar al cristiano viejo es algo que el país heredó en los dos últimos siglos con una sociedad más homogénea de herencia cristiana que no encuentra correspondencia en países vecinos como Francia, donde las comunidades nordafricanas llevan varias décadas asentadas. Y el hecho de que la inmigración se haya pronunciado de manera tan abrumadora en la España posfranquista tiene pendiente poner a prueba la que ha sido una cultura católica estable hasta hace muy poco. En los últimos 15 años, los atentados del 11-S, del 11-M o el terror fomentado por el Estado Islámico sólo han hecho que poner más exámenes por el camino.
Quizá no querer fomentar ese resentimiento explique por qué grupos como la Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas (FEERI) no denuncia las festividades de Moros y Cristianos por no tener “cabida en la España democrática” desde 2006. Pero otros colectivos sí decidieron tomar ese relevo este pasado enero cuando se pusieron en contra de la celebración de la Toma de Granada por la cada vez más notable presencia de grupos neonazis en las celebraciones. “Es una festividad xenófoba, arcaica y que no debe continuar celebrándose como un desfile militar de fuerzas armadas y representantes políticos a los que apenas acude nadie”, dijo a Público Francisco Vigueras, coordinador de Granada Abierta, en referencia al desfile de la Legión que tuvo lugar en la última edición.
En Estados Unidos, la extrema derecha lleva años tomando símbolos culturales adscritos a la tradición sureña para convertirlos en parte de su mensaje supremacista. Existen ciudadanos de estados del Sur estadounidense en cuyas casas ondean banderas confederadas por lo que representan como parte inseparable de su herencia cultural, no porque fuera la bandera del bando que luchó una guerra por mantener la esclavitud.
“Después de Charlottesville, el argumento de ‘es herencia, no odio’ nunca va a ser tomado en serio de nuevo”, escribió hace una semana Rob Dreher en la web conservadora The American Conservative. “Los miembros del Klan, neonazis y otros manifestantes de la alt-right en C’ville han hecho mucho más difícil defender esos monumentos e insignias confederadas”.
Los Reyes Magos y los Moros y Cristianos son a priori instituciones festivas inofensivas que crean debates necesarios en el eje progresista-conservador español sobre aspectos de tradición cultural y respeto a las nuevas minorías que se van asentando en el país. El problema es que peligran con convertirse en escudo de los movimientos supremacistas ante el extranjero, sea negro o musulmán, y tal y conforme la xenofobia cobra mayor relevancia en la sociedad española.
ESPAÑA: PRIMEROS PROBLEMAS
Porque los primeros signos de esa intolerancia ya están ahí. En el mismo informe sobre discriminación racial en España de la ONU se detallaban 29 motivos de preocupación y recomendaciones. “El Comité observa la existencia de estereotipos negativos respecto de varias minorías en los medios de comunicación y las redes sociales”, lee uno de los puntos. Precisamente una noticia del pasado febrero sobre yihadistas que cobraban ayudas sociales se hizo viral tras el atentado de Barcelona. Y otra sobre cuatro de las madres de los cinco terroristas que se manifestaron en contra de los actos de sus hijos cobró relevancia por su utilidad como contraargumento para el habitual si lo condenaran de verdad saldrían a protestar todos los musulmanes juntos.
De hecho, medios españoles conservadores como La Gaceta se hicieron eco de una noticia viral falsa del pasado junio en la que se acusaba a la cadena CNN de orquestar una protesta de musulmanes a raíz de los atentados en Londres —algo que desmintieron periodistas de BBC y Associated Press que estuvieron presentes. En cuanto al informe de la ONU, los medios españoles lo pasaron por alto cuando, sorprendentemente, uno de similares características sobre Paraguay sí acabó en algunos medios.
En Estados Unidos, medios ultraconservadores como Breitbart News tienen secciones dedicadas a la violencia de minorías como violencia de negros contra negros que tanto hacen por convertir lo particular en general y así perpetuar los prejuicios contra comunidades distintas a las de los blancos. Según el informe de la ONU, en España ya existe una “tendencia de los medios a informar sobre hechos delictivos, haciendo referencia al origen étnico o racial de los presuntos autores”.
Otras organizaciones como SOS Racismo o Movimiento contra la Intoleranciahan realizado en los últimos años informes en España sobre un incremento del discurso del odio (o hate speech). Sus resultados apuntan a un mayor número de ataques por xenofobia contra comunidades como la musulmana y la aparición de grupos como Lo Nuestro. Estos últimos, con un discurso nacionalista similar al de los movimientos de supremacistas blancos en Estados Unidos, abogan por ayudar a los más desfavorecidos siempre que sean españoles. Sobre el atentado de Barcelona, Lo Nuestro publicó en Facebook: “Aquellos a los que les pusisteis la alfombra roja, a los que inflasteis de ayudas mientras se las y negabáis (sic) a los españoles, son los que ahora quieren destruirnos. Ayer fue Paris, Bruselas, Niza, Londres, Berlín, Estocolmo,… Hoy Barcelona. O despertamos, o pereceremos. VUESTRO BUENISMO. NUESTROS MUERTOS”.
Lo Nuestro y grupos similares se apoyan en las redes sociales para esparcir su mensaje. Es a través de ellos que se extienden con facilidad los bulos y las fake news, y que en España peligran con convertirse en norma por la facilidad que tienen a la hora de propagarse por grupos de WhatsApp, correo electrónico o medios digitales conservadores. Es un problema que además será difícil de contrarrestar. Según un reciente estudio de la Universidad Complutense de Madrid, el 86% de los españoles tiene dificultades para distinguir entre informaciones falsas y noticias verdaderas.
Los atentados de Barcelona sólo han hecho que corroborar que las fake newsson una realidad en España y que las redes funcionan como autopista para los mensajes más radicales de los islamófobos. Es difícil suponer que la aparición de neofascistas o de agrupaciones políticas de extrema derecha, que no han tenido presencia en el mainstream español desde la Transición, lo hagan ahora, tal y como cuenta Jorge Galindo en un artículo de Politikon sobre la ausencia de esa parte del espectro político en España. Pero la guerra cultural, con sus reyes y sus estatuas de héroes derrotados, puede ser el caldo de cultivo perfecto que necesitaban algunos para tomar de nuevo las armas.