En el arte de la guerra, las fake news son tan antigua como las propias armas y a lo largo de la historia ha sido empleada la desinformación para perturbar los criterios de decisión del mando contrario.
Hoy la guerra por la información es multisectorial, no queriéndose llegar hasta los centros de decisión política, sino precisamente sobre las mentes de los que de forma democrática creen que eligen a los mejores decisores.
29.06.2020. El País. La agresiva (y exitosa) estrategia en redes de los medios estatales de Rusia, China, Irán y Turquía Un estudio alerta del peso creciente de la cadena rusa RT en español en América Latina
La Agenda de Política Exterior de 28.03.2019, acierta plenamente:
¿Qué grado de amenaza supondrán las noticias falsas en las próximas elecciones europeas?
¿Es posible acabar con los productores de ‘fake news’?
La información es poder, en todos los sentidos. El periodismo de la desinformación y las noticias falsas parece ganar posiciones en la agenda mediática. La proliferación de fakes news es un fenómeno al que la clase política recurre cuando busca intereses estratégicos poco lícitos que el ciudadano seguramente no aprobaría. En este contexto, preguntamos a los expertos cómo este fenómeno puede condicionar las próximas elecciones europeas y si es posible acabar con quienes producen este tipo de contenido. Leer más
Desinformación en la Unión Europea. Susana de la Sierra
De un tiempo a esta parte la expresión fake news se ha consolidado en el lenguaje público y se ha ido integrando en la agenda institucional y normativa. Su traducción literal, noticias falsas, no apela a nada novedoso. Así, la protección de la libertad de información contemplada en el artículo 20 de la Constitución partía y parte de la noción de veracidad, exigiéndose una diligencia mínima que ha ido definiéndose a golpe de sentencia. Y todo ello con la máxima cautela, dado que la libertad de prensa forma parte del núcleo duro del Estado democrático. Leer más
‘Fake news’ 2.0: ¿Cómo se crea una realidad alternativa?, Luis Esteban G. Manrique
No diga ‘fake news‘, diga ‘desinformación‘, Silvia Majó
‘Hackear’ las elecciones de WhatsApp en WhatsApp, Alberto Fernández Gibaja
‘Fake news’, una nueva arma de destrucción masiva, Ángela Bethencourt Linares
Agenda de Política Exterior de 30.03.2019
David Alandete | Periodista. Autor del libro Fake News: la nueva arma de destrucción masiva. @ALANDETE
La desinformación es un problema muy grave que ya afecta a las instituciones europeas a través de la proliferación de noticias falsas o exageradas que tratan de agravar divisiones y reforzar a partidos contrarios al proyecto común de integración del continente. No es un problema nuevo y sus efectos ya se han dejado sentir en crisis como la del Brexit en Reino Unido, el independentismo catalán en España o los chalecos amarillos en Francia. El problema es que de momento la Comisión Europea ha decidido confiar en la autorregulación del sector y en programas de educación, medidas a todas luces insuficientes cuando hay pruebas de que existen enemigos de la Unión Europea, como el gobierno ruso, que invierten cientos de millones de euros en financiar portales como RT y Sputnik, con un claro sesgo “eurófobo”, y en cuyas publicaciones se suele retratar a Bruselas como centro de un poder decadente, burocrático, autoritario e inútil.
En esta estrategia de dinamitar las instituciones europeas entra el apoyo de Rusia a partidos extremistas como el Frente Nacional francés -ahora Agrupación Nacional (AN)- La Liga italiana, UKIP en Reino Unido y Vox en España. Si esos partidos pueden formar un grupo que impida una mayoría bipartidista —de centro derecha y centro izquierda— podemos tener por delante cinco años de parálisis y desgobierno en la Unión Europea, con un Parlamento Europeo directamente antieuropeo.
En este momento hay en el seno de la Comisión un intenso debate sobre si la desinformación debe atajarse por la parte de la oferta —quienes producen noticias falsas— o la demanda —quienes las consumen—. Lo cierto es que, más allá de los debates teóricos, ya hay países como Estados Unidos, Reino Unido o Francia que han puesto coto a las actividades subversivas de los medios de desinformación rusos, limitando su acceso a fuentes de información y obligándoles a registrarse como agentes propagandísticos. Creo que esas son, de momento, las medidas más efectivas para luchar contra las noticias falsas sin menoscabar la libertad de expresión.
Clara Jiménez Cruz | Periodista. Confundadora de Maldita.es. @CJIMENEZCRUZ
Es prácticamente imposible medir empíricamente el impacto que la desinformación tiene en el voto de los electores, lo que sí podemos decir es que en periodo electoral la proliferación de bulos es mayor. Es importante que la ciudadanía esté, si cabe, más alerta que nunca en épocas como esta porque por un lado se la van a intentar colar con desinformación fabricada, pero también pendiente de que los políticos en campaña tampoco lo consigan.
De cara a las elecciones europeas nos enfrentamos a dos factores: la desinformación del discurso público pero también al discurso político. En el debate de la lucha contra la desinformación yo creo que hay que tener claro que la línea entre una legislación antibulos y la censura es excesivamente delgada. Además, no conocemos suficientemente el fenómeno: necesitamos estudiarlo más si pretendemos hacer una legislación realmente efectiva. A día de hoy, además de invertir en educación digital en todos los estratos de la sociedad se están estudiando diferentes vías tecnológicas para intentar minimizar su impacto pero la solución tiene que ser colectiva: las plataformas tienen que implementar mecanismos que disminuyan su difusión y ser mucho más transparentes a la hora de compartir datos; el periodismo tradicional necesita encontrar un modelo de negocio que no fomente la publicación y difusión de noticias sin contrastar; la política tiene que asumir también su responsabilidad y rectificar cuando utiliza un dato falso; y por último los ciudadanos tienen que ser conscientes de que esta amenaza existe y de que ellos son una parte involucrada porque actúan como vectores de viralización de la mentira al compartir desinformaciones no contrastadas y de las que no están seguros que sean reales.
Antonio Maestre | Periodista y colaborador en La Marea, LaSexta, Telemadrid, Telecinco, RadioEuskadi y Jacobin. @ANTONIOMAESTRE
Las noticias falsas son un problema consustancial al periodismo. Insistimos en asociar al problema a nuestros días, como si la opinión pública antes fuera un vergel de información fidedigna que Rusia ha convertido en un páramo. Es innegable que las nuevas tecnologías y la posibilidad de segmentar nuestros intereses, miedos y temores han provocado que la dispersión e impacto de noticias falsas sea más eficiente y selectiva a la hora de alimentar nuestros sesgos. No se puede negar la capacidad de la Internet Research Agency para perturbar asuntos de debate en redes desde San Petersburgo. Pero también tenemos a nuestra disposición las herramientas para crearnos una conciencia crítica y acceso a la información eficiente.
¿Es más o menos peligrosa esta situación que el sistema preexistente de intoxicación que tenían los medios tradicionales, órganos de propaganda y gobiernos? Estados Unidos creó una realidad paralela ayudándose de la agencia de relaciones públicas Hill and Knowlton para justificar su intervención en Kuwait, acusando falsamente al régimen de Saddam Hussein de asesinar a bebés en incubadoras de un hospital. Los nazis consiguieron culpar al dramaturgo Erich Müsham de unos inexistentes fusilamientos durante la revolución espartaquista para justificar su internamiento en los campos de Oranienburg. Se llegó a utilizar una campaña de protomemes, repartiendo fotografías con la acusación para justificar el arresto del creador de teatro anarquista. En la pasada campaña electoral en España el ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, utilizó a una “policía patriótica” para inculpar a rivales con noticias falsas que distribuían a sus contactos en medios de comunicación tradicionales. La amenaza que tendremos en estas elecciones europeas es la misma que ha existido siempre, pero con otros medios y formas.
Acabar con las noticias falsas sería posible siempre que los intereses existentes tras su creación fueran diferentes a los de los poderes económicos, políticos y empresariales que han existido siempre. Se crean noticias falsas para influir, se influye para tener el poder, se quiere el poder para obtener intereses económicos, geoestratégicos o políticos. Eso jamás desaparecerá, por lo que tampoco lo harán aquellas noticias que tratan de influir en la opinión pública para lograr esa preeminencia.
Podemos crear contrapesos de gente con escrúpulos que, ejerciendo de forma honesta su profesión, intente matar moscas a cañonazos y paliar un problema sistémico de la era moderna. Podemos dejar de considerar periodistas a aquellos que montan medios de intoxicación masiva. Las asociaciones de prensa pueden dejar de ser un cementerio de elefantes y ejercer una labor de autocontrol de la profesión efectiva. Pero jamás podremos acabar con el deseo primigenio que mueve la creación de esta intoxicación.
Mira Milosevich-Juaristi | Investigadora principal para Rusia y Eurasia de Real Instituto Elcano. @MIRAMILOSEVICH1
Es necesario distinguir los conceptos de “noticias falsas” y “desinformación”. Cuando hay una estrategia política, un objetivo político en divulgar las noticias falsas, podemos y debemos hablar de la desinformación. Las noticias falsas en sí mismas no son una amenaza, lo son las campañas políticas que están detrás de ellas.
Seguramente habrá campañas de noticas falsas en las próximas elecciones europeas, tal como las hubo en las elecciones previas. No obstante, creo que la gran diferencia entre las elecciones previas y las próximas reside en que tanto las instituciones europeas como los ciudadanos de los Estados miembros están mucho más preparados. A nivel comunitario y estatal se han adoptado diversas medidas legislativas. Por ejemplo, en septiembre de 2018 la Comisión Europea publicó el Código de Prácticas sobre Desinformación. En España, en febrero de 2019, el Centro Criptológico Nacional ha publicado el documento Desinformación en el ciberespacio. Esto es un gran avance en comparación con los años previos.
En lugar de centrarnos en acabar con los productores de noticias falsas, que se multiplican con la velocidad de crear cuentas en Twitter o Facebook, o del uso de boots y trols, debemos centrarnos en la responsabilidad individual de cada ciudadano. Nadie puede esperar de un Estado o de las instituciones europeas que le proteja de ser tonto. Cada uno debe tener criterio de distinguir entre las noticias falsas y la información verosímil. Para esto existe la posibilidad de contrarrestar una noticia. No debemos confundir el conocimiento con la información. El conocimiento nos ayudara de distinguir una información falsa de la verdadera.
Javier Morales | Profesor de Relaciones Internacionales e investigador del Grupo de Estudios de Europa y Eurasia (GEurasia). @JMORALESHDEZ
Cuando el término fake news sirve tanto a Trump para descalificar a los periodistas que le critican como a la UE para alertar contra la propaganda extranjera, quizás esté perdiendo utilidad explicativa. El problema de fondo es que las manipulaciones no consisten solo en la falsificar datos, sino también en tergiversarlos. Informar sobre hechos ciertos, pero desde una perspectiva basada en sentimientos, estereotipos o analogías inexactas, puede ser igual de perjudicial que las mentiras propiamente dichas.
El alarmismo en torno a los medios rusos, exagerando su influencia desestabilizadora en las elecciones europeas, no se corresponde con una evaluación realista de su capacidad para cambiar las opiniones del electorado. En la campaña de Trump, el Brexit o el referéndum separatista catalán, los discursos nacionalistas autóctonos eran muy anteriores y tuvieron un impacto abrumadoramente superior a las noticias difundidas por RT, Sputnik o los supuestos bots rusos. Nacionalismos que también han aumentado de forma visible en sociedades poco receptivas a los mensajes de Moscú, como Polonia o Ucrania. Los intentos de Rusia por influir en la opinión pública europea (que existen) no pueden hacernos olvidar las causas internas de nuestros problemas.
La ironía es que esta percepción de la propaganda rusa como una ofensiva cuasi-militar reproduce el discurso paranoico del Kremlin sobre los medios occidentales, acusados de ser agentes de la “injerencia” de los gobiernos de la OTAN. ¿Cómo condenar las graves violaciones de la libertad de expresión en Rusia, si al mismo tiempo nos planteamos impedir el trabajo de los corresponsales rusos en nuestro territorio? En lugar de bloquear el acceso a informaciones sesgadas, debemos educar a la ciudadanía para que se forme su propio sentido crítico y aprenda a detectar sin ayuda posibles manipulaciones informativas. Incluso aquellas que no proceden del extranjero.