Líbano en el desastre

09.07.2020. Diego Carcedo. Opinión.

Líbano es fuente frecuente de conflictos, incluida una guerra reciente, pero en estos momentos enfrenta la situación más caótica y dramática de toda su historia contemporánea. Todas las coyunturas que atraviesa se vuelven en contra de su estabilidad política, social y, en estos momentos, especialmente económica.

En un país en el que tradicionalmente el nivel de vida causaba envidia en Oriente Medio, el viernes pasado fueron tres las personas que se suicidaron advirtiendo que lo hacían por hambre. No hay trabajo ni futuro. La moneda cayó en pocas semanas de 1.507 libras el dólar a 9.250. La COVID-19 está agravando la situación.

Nadie le ve salida a la crisis. El sistema institucional fundamentado en las religiones que conviven en el territorio -el presidente cristiano, el primer ministro suní y el presidente del Parlamento chií- ya no funciona. El actual primer ministro, Hassan Diab, se siente impotente para controlar el desastre, pero sus intenciones de dimitir las detiene el temor al vacío que se crearía.

Hizbulá cada vez ha venido consiguiendo más poder y su vinculación con Irán está dejando a Líbano cada vez más aislado. Todos los países de la zona del Golfo le han vuelto la espalda. La solución apuntada ante la inminente quiebra del Estado contempla un macro crédito de Arabia Saudí, pero el Gobierno de Riad se niega mientras que Irán sea el único país con el que tenga buena relación.

Son muchos más los problemas que coinciden, desde la vecindad de Siria hasta los campos de refugiados palestinos y la frontera siempre conflictiva con Israel. El desastre que ahora cobra mayor gravedad hace tiempo que se viene gestando, desde la guerra civil hasta la etapa en que se mantuvo bajo el dominio de Siria. Entre la población, que a pesar de sus divisiones religiosas consiguió muchos años una buena convivencia, ahora las divisiones se han multiplicado. Los analistas culpan de todos los males a Hizbulá con su fanatismo, que ha logrado infiltrase en todas las esferas del poder y controlar las decisiones públicas también privadas.

El propio presidente, Michel Aoun, cuyos poderes son limitados, se sustenta en el respaldo de Hizbulá que tiene atemorizada a los funcionarios y fuerzas el orden. Líbano, que fue un paraíso económico en el que se guardaba e invertía el dinero de los millonarios del petróleo, por primera vez no pagó el plazo de la deuda pública que tiene. Una ciudad tan activa como Beirut, que tras la guerra había dado un ejemplo admirable de reconstrucción, ahora ofrece un aspecto deplorable. Los negocios están abandonados, incluso algunos los bancos están cerrados y la imagen de hambre y miseria que ofrecen muchas personas tendidas en las aceras resulta estremecedora.

La corrupción que siempre ha existido ahora se complementa con la delincuencia callejera. La gente que lo está pasando tan mal culpa al Gobierno, y para calmar los ánimos en los últimos días los ministros han anunciado que se rebajan un 50% sus sueldos. Los expertos coinciden en que es necesario un nuevo Gobierno, pero el presidente y el propio primer ministro evitan ese cambio ante el temor de que automáticamente lo asuma formalmente Hizbulá.

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